miércoles, 14 de noviembre de 2007

El siamés

Nacieron así, unidos por algo más que el vínculo de sangre. Era un vínculo de carne.
Nacieron y crecieron de esa manera. Mirándose uno al otro, brotando uno del otro como una rosa malsana.

Su primera acción en este mundo fue la de matar a su madre. De su padre poco supieron (o poco les quisieron contar).
Crecieron. De la misma manera en que la maldad crece en el mundo: a la vista de todos pero prácticamente invisibles.

Cuando la ciencia alcanzó el nivel necesario como para intentar una separación, ya eran muy viejos y estaban muy acostumbrados el uno al otro como para dejarse. Se habían endurecido con las miradas ajenas. Es difícil, cuando la gente cree que sos un monstruo, no convencerte de que realmente lo sos. Habían aprendido a vislumbrar la humanidad en los ojos del otro y a reflejar la monstruosidad en los propios.

Nunca conocieron más amor que el de una moneda mendigada o el de un pedazo de pan robado. Compartían con los perrosplacer de la calle.

Dormían en el callejón, a la sombra de la gente y del sol. La ropa harapienta no era problema para ellos. La gente, que quedaba impresionada con su deformidad, ni siquiera sentía el hedor de sus harapos.

Habían construido con algunos cartones una especie de casilla, la que abandonaban sólo para mendigar o vagabundear.

Esa mañana, el morocho despertó para descubrir que su hermano había muerto en la noche. Lo sintió frío en su abrazo. Le pareció muy raro no sentir el tic tac del corazón de su hermano, el leiv motif de su sonata compartida.
Sobre el olor de la ropa sucia, presintió el olor de los excrementos y el orín que su hermano había dejado como un saludo al mundo.

Polvo al polvo y mierda para la mierda.

Se descubrió hablándole a su hermano, tratando de hacerlo reaccionar. El hecho de estar solo en la casilla, que repentinamente se había agrandado, lo había asustado. No podía tolerar esa soledad. Enfrentar la mañana, la conciencia de su miseria, su monstruosidad, sin su hermano era demasiado desamparante, demasiado doloroso.

Comenzó a golpearlo, primero creyendo que trataba de despertarlo, luego castigándolo por haber hecho la única cosa que podía hacer individualmente. "Traidor" le espetó. "Traidor, miserable hijo de puta." Le escupió la cara, pero era como escupirse a sí mismo.

Los rayos del sol que subían, lo iban desesperando. No podía enfrentar el día, no podía enfrentar su vida solo.

En la penuria del amanecer supo que tampoco tenía el valor para quitarse la vida.

"No te voy a dejar hijo de puta. No voy a dejar que te escapes tan fácil" le dijo a su occiso personal. "Dónde yo vaya, siempre vas a venir conmigo ¡Te voy a cagar hijo de puta por hacerme esto! ¡ Te voy a cagar!"

La furia le dio la solución en un segundo. Ya sabía como hacer para no separarse de su hermano sin morir. Tomó el cuchillito que guardaba junto a la ollita y, maldiciendo el rigor mortis, comenzó a cortar.

"Te voy a cagar hijo de puta...... después de que te digiera" le gritó mientras masticaba.



El sol estaba alto, pero el siamés estaba muy ocupado como para sentirse solo.



COMENTEN O LA MADICIÓN DE CHEWBACCA LES CAERÁ ENCIMA

Sigue el mes del terror durante todo noviembre (bueno, en realidad hasta que me de el cuero)

domingo, 11 de noviembre de 2007

Empieza noviembre el mes del terror (a los pañales baratos!)

La muerte es parte de la vida. Solamente que la mayoría prefiere imaginarse que la muerte se suspende por mal tiempo.

Quedamos mal de la última historia y como el amigo Chtulu verifica (y auspicia el mes del terror en el Emporio) se vienen los mates con sudor frío.

Serán si dudas mates amargos, de dudosa calidad ¿Cómo es la muerte en su país Fulgencio?

-Verá, la muerte en mi pequeño rincón, suele ser tomada desde un punto de vista nada convencional, por decirlo de alguna manera. Nosotros, los enanos materos, creemos en el amor como orden universal del mundo. Hasta el pecado puede explicado desde este punto de vista-.

-No me diga que también se torturan con el concepto del "pecado" -.

-Sí, en eso nos parecemos bastante. Pero como le decía, hasta el pecado puede ser visto desde el punto de vista del amor. Imagínese que la codicia, nos es otra cosa que el amor excesivo a los bienes materiales. Y que la envidia es más o menos lo mismo, pero con los bienes de los demás. En el fondo de los pecados existe siempre un profundo y exacerbado amor por uno mismo-.

Fulgencio ceba y un mate y me convida un pedazo de torta con chicharrón (la ambrosia cuyana).

-Amamos la vida, pero creemos que la muerte es parte de ella. Entonces la amamos también. No es raro encontrar entre nuestros cuenteros o cantadores, poemas y cuentos de amor a la muerte. Déjeme que le cuente o cante algunos.


A mis gusanos.

Ustedes, hijos míos que nunca parí.
Ustedes, carne de mi carne en el sentido total.
Ustedes, que saben realmente cómo soy.
Ustedes que son los que juzgan el sabor de mi Fe.

¿Qué amor tan inefable, qué gigantesca razón de ser,
qué oda del destino final, decidió negarme los hijos, pero regalarme gusanos?

Porque, cuando hayan terminado de taladrar mi carne,
y mi osamenta sea un reflejo opalescente, asomando entre la tierra,
y las lenguas hayan olvidado como se modula mi nombre,
ustedes, mis amados, pulularán por el valle,
y llevarán el recuerdo de mi carne,
en su retorcida personalidad.

¡Oh gusanos míos, hacedores de mi inmortalidad!



El verdugo

Cuentan que en el Valle, existió en un tiempo un verdugo manco. Nunca nadie supo como había perdido el brazo (no es aconsejable hablar con los verdugos). Sin embargo, a pesar de su impedimento, se complacía en realizar su tarea con envidiable eficiencia. Y decimos "se complacía" porque nunca existió otro verdugo más orgulloso de su trabajo.

Sucedió sin embargo un día, que se vio afectado por una extraña enfermedad que lo dejó postrado y debilitado en muy poco tiempo. La fuerza de su poderoso brazo, otrora amenazante y vigoroso, había desaparecido, dejándolo apenas capaz de sostener su hacha.
Durante los días que duró su enfermedad, el Verdugo supuso que la energía volvería a él una vez repuesto. Sin embargo descubrió al curarse que seguía careciendo de la fuerza necesaria para poder realizar su trabajo.
A pesar de este terrible conocimiento, no se negó a volver a trabajar y se lo vio llevando su hacha a la rastra, el día señalado.

Al subir al patíbulo, perfectamente ataviado con la negrura de su profesión, se dirigió a la víctima que lo esperaba como una ofrenda sobre un tronco. El blanco cuello y la delicadeza de la piel le demostraron que se trataba de una mujer de la alta sociedad, sin duda encontrada adúltera y enjuiciada. El cabello muy rojo, se derramaba sobre el tronco, de manera tal que no se podía observar el rostro de la mujer.
El viento mecía las puntas de ese cabello escarlata y lo enredaba como previendo que pronto estaría cubierto de la sangre, igualmente escarlata.
Le llamó la atención no sentir ningún sollozo proveniente de la mujer. Creyó oír una especie de rezo, muy monótono en su ritmo como de tambor.

La lectura de la sentencia lo sacó de este ritmo hipnótico. Lo sorprendió saber que se trataba de una bruja, no de una adúltera como creía. Debido a su alta alcurnia se la había condenado a morir decapitada y no en la hoguera. Esto le hubiera resultado mucho más confortable al verdugo, pero aún así no se inmutó y emprendió la tarea.

Tomó su hacha y golpeó el cuello con la mayor fuerza de la que fue capaz. Aunque fue un buen golpe sin duda, no alcanzó a cercenar la cabeza que empezó a sacudirse, entre los borbotones de sangre que iban brotando de las seccionadas venas.

Indignado, el verdugo descargo cuatro hachazos más. Rápidos, coléricos, pero infructuosos.

La cabeza todavía estaba unida al tronco por varios hilos de carne y algunos tendones; y a juzgar por la forma en que movían las piernas de la desafortunada mujer, aún no había logrado acabar con la vida de la condenada.

Cansado, lanzó su hacha al suelo y ante la mirada atónita del pueblo presente, tomó con su mano la cabeza y le dio un fuerte tirón, que terminó de desprenderla. Consumó así, la labor que se le había encomendado. Los mechones escarlatas se le escurrían entre los dedos y parecían ser la fuente de la sangre que lo empapaba.

Se retiró satisfecho del patíbulo sabiendo que su reputación como verdugo estaba a salvo.
Los sepultureros se encargaron del cuerpo y la cabeza, que fueron arrojados a la hoguera. Ninguna bruja puede descansar en terreno sagrado. Sin duda sus cenizas serían esparcidas en la tierra o, mejor aún, arrojadas al río. Como si de esta manera se pudiera borrar por completo el recuerdo de la bruja.

Los ciudadanos estaban horrorizados con la brutalidad del Verdugo. Se lo demostraba el silencio con el que lo miraban. Sabía en su fuero que el desprecio y el miedo que le tenían habían aumentado, pero poco le importó. El ser un Verdugo no era una labor como para hacer amigos.
No se quedó a ver como se dispersaban las cenizas, sino que se dirigió hacia su casa, alejada del pueblo.
Al cruzar la cerca que delimitaba su terreno, el verdugo decidió ir a lavarse al río que pasaba, perezoso, frente a su patio. Siempre acostumbraba limpiarse en el cauce después de una ejecución. Le gustaba ver como la sangre se le iba diluyendo de su brazo y se mezclaba con el agua. Le hacía pensar que el agua lavaba también la atrocidad de lo que hacía, que lo purgaba de culpas. Después de todo, Dios no podía culparlo por realizar su trabajo.

Llego hasta el río y se subió a una improvisada represa que se alzaba en el medio del cauce. Le había llevado tiempo construirla, durante los meses de verano y la había armado colocando piedra sobre piedra, con infinita paciencia. Llevaba en su brazo el hacha justiciera que también debería ser lavada. Desde lo alto de la represa que se elevaba unos 50 cm. sobre el nivel del río, el agua se veía oscura debido sin duda a los 2 metros de profundidad que tenía en esa parte.

El verdugo se acercó al agua teniendo cuidado en no dejar caer el hacha hacia el fondo. No deseaba tener que sumergirse en el agua helada.

Se dejó hipnotizar de nuevo por los hilillos de sangre que se formaban y diluían en el seno del río.
Sonrió placenteramente cuando notó que su gran mano estaba ya limpia de la sangre de la mujer.

Notó algo raro. Si bien notaba sus dedos limpios, aún se veía el hilillo de sangre brotar de su mano, como si siguiera sucia. Sorprendido, trató de levantar su única mano para observarla más de cerca, convencido de que se había lastimado al realizar su trabajo. Concordaba con su sospecha el dolor tenue que empezó a quemarle los dedos.

Se llevó los dedos cerca de la cara para examinarse con detenimiento y confundido, casi aterrado, notó que le faltaban 2 falanges del dedo del medio y la mitad de las falanges del dedo corazón y anular. No parecían cortadas, como hubiera sido si hubiera tenido un accidente con el hacha, sin que más bien parecían disueltas. Como si la hubiera metido en un corrosivo ácido, la mano le quemaba y la herida tenía los bordes difusos. El dolor empezaba a extenderse por su mano y la sangre, su sangre, goteaba y se divertía haciendo cabriolas en el agua del río. Asustado, el Verdugo trató de incorporarse y se apoyó en la roca para ayudarse. Cuando comenzaba a hacer fuerza para levantarse sintió en su muñeca la firme presión de cinco dedos, que le aprisionaban, con una infinita fuerza y lo tiraban hacia abajo. Desesperado trató de luchar con esa mano, blanca, que inexorablemente le iba hundiendo en el río.

El dolor se intensificó cuando volvió a tocar el agua. El verdugo, paralizado por el terror, sintió como se iba disolviendo como si fuera un castillo de arena, arrastrado dentro del cauce por esa mano que reflejaba la luz de un modo macabro. Trató de realizar un último esfuerzo, luchando con sus piernas contra la inefable fuerza de su opresor, pero fue inútil.

Al caer al agua, lo sorprendió encontrarla tibia.

Un gruñido se le escapo al notar que se iba desarmando, diluyendo, disolviendo; mientras era arrastrado hacia la oscuridad del fondo por la brillante mano blanca.
Su rostro pareció sonreír cuando sus labios se desarmaron, dejando ver como las burbujas escapaban de su boca.

En la superficie, entre la espuma, el río se llevaba los hilos de sangre que salían del Verdugo. Vistos desde la orilla, parecían cabellos escarlatas que flotaban y formaban una cabellera, como si alguien hubiera arrojado una cabeza cortada al río.

Noviembre es el mes del terror. Preparensen!!!!

jueves, 8 de noviembre de 2007

De la crueldad con uno mismo...

Volví y no vengo de buena onda.

Hace poco mi hermano me comento algo que quería charlar con Fulgencio.

Dentro del trabajo que posee mi hermano, existe sin duda una arista desagradable en extremo. Verán, él trabaja en la policía científica (policía científica es sin duda un oxímoron) y parte de su trabajo consiste ir a constatar las muertes que se produzcan ya sea por accidentes de tránsito, por suicidios o por homicidios.
Ayer me comentó algo que me puso los pelos de punta Fulgencio.

-A ver ¿Qué puede haber sido tan terrible que me lo ha dejado trastornado? Fíjese que me esta volcando el mate.-

-Resulta que hace 2 días le tocó ir a verificar un suicidio. Llegaron a las casa del difunto y lo encontraron colgado del techo. El nudo lo había hecho con un cable, de ese tipo coaxial -.

Fulgencio me mira. Tiene el frasco con yerba en la mano, esta absorbido por mi historia ¿Es morbo lo que brilla en el fondo de su ojo? Me comenta en un segundo:

-Hasta ahora no encuentro nada de extraño. Hay gente que no puede tolerar la vida y decide quitarse lo que le regalaron.-

-Es que no me deja terminar Fulgencio- continúo – lo macabro es cómo encontraron el cadáver. Verá, se trataba de una persona joven de unos 24 años, había armado un muy buen nudo con el cable, pero se ve que, una vez decidido a quietarse la vida, se arrepintió. Lo encontraron con la punta de sus dedos entre su cuello y el cable que lo rodeaba, como si estuviera tratando de luchar por liberarse de la muerte. De hecho la silla en la cual se había subido para saltar, estaba enganchada en la punta de sus pies. Sospechan que, arrepentido, habría tratado de volver a hacer pie en la silla y no lo consiguió-.

Fulgencio esta un poco pálido. Me parece que se atragantó con saliva. No puedo evitar continuar.

-Aparte del evidente problema de que cuando uno elige acabar con su vida, debería tratar de no ser cruel con uno mismo (un tiro en la boca y listo) existe además otro tema que es en realidad lo que me pone los pelos de punta.
Este chico se arrepintió, quizás sólo quería llamar la atención. Intentó liberarse del suplicio que se había inflingido. Esa desesperación es la que no puedo tolerar ¿Cómo es posible que no haya podido liberarse? ¿Qué pequeños o grandes hechos lo llevaron a tomar la terrible decisión? ¿Qué pecados, grandes o pequeños; había cometido para merecer una muerte tan horrorosa? ¿Cuáles fueron sus pensamientos cuando luchaba por sobrevivir?
¿Qué extrema crueldad fue responsable de este hecho? ¿En el camino del destino, tuyo mío, cuáles son esos pecados, esos actos, esos desprecios que nos van a llevar a nuestro destino?
No sé Fulgencio, la realidad me parece cruel, pero espero que contándolo, al menos sirva para evitar que algún desubicado elija terminar con sus días de una manera tan cruel para consigo mismo.

Volveremos otra vez en esta semana, lo prometo. Saludos.