lunes, 22 de octubre de 2007

El príncipe encantado

Historia sencillita mientras Fulgencio y yo nos recuperamos del todo de la neumonía.


Estimadísimos suegros:

Se que se sorprenderán al recibir esta carta. No es para menos. También puedo, además de hablar, escribir. Es necesario que por medio de la presente, les describa y refleje mi situación. Para poder así analizarla y ver que, el pedido que les realicé ayer, la mano de su hija, no es algo descabellado.
Suegro, si me permite llamarlo así, sepa usted que no. Hoy por hoy no poseo medio de vida por el cual mantener a mi amada. Recuerde usted que las necesidades de sapos en el mercado laboral, han disminuido mucho desde la devaluación. Ranas importadas de la China, a las cuales se les paga mucho más barato, nos han quitado el pan. Piense que en cada libro de cuentos todos los sapos tienen nombres como Cheng, Weng, Luang, etc. En mi defensa debo argumentar que, ni bien pueda casarme con su hija, volveré a heredar el castillo de mis antepasados y su fortuna. Sepa usted también que no soy un sapo normal sino que soy un príncipe encantado.

Querida suegra, no se horrorice al verme. Yo sé que las malas lenguas dicen que reparto verrugas y que como insectos, pero no es cierto. Apenas una que otra mosca desde que conocí a su hija No crea que nuestra diferencia de edad va a ser un problema... Si bien hace ya 300 años que estoy hechizado, aún sigo siendo joven. Además estar con su hija me da la energía necesaria para seguir viviendo.

Espero haberles contestado sus preguntas, pero quisiera explicarles algo más. Mi amor por su hija no es algo efímero. Esta basado en hechos de ciencia.
¿Sabían ustedes que ella hace que la mañana se ría?
Pasen un amanecer sin ella y sabrán de los que les hablo.
¿Sabían que su piel esta hecha de caramelos de todos los sabores?
Traten de probar en la zona del cuello, allí están los de menta que tanto degustan suegrita.
¿Sabían que el día no quiere terminar si ella no se va?
Un día puede durar mil años con ella al lado mío.

Por favor no cercenen nuestro amor. Déjenlo florecer como el junco de charco que es. Yo amo a su hija. Ya no puedo vivir sin su verde piel, como el tallo de las rosas, sus ojos saltones, como dos tizones de hoguera, sin su suave croar, como el murmullo de la hierba, el mismo que la engalana, suegrita…
¿Es que acaso no se pueden amar dos sapos hoy en día?


Con afecto, Malvino IV, conde de Nomeolvides