viernes, 8 de febrero de 2008

El mostrador

Para P.B.


Hay un hombre. Esta parado sobre una mesa. Parece que quiere decirme algo, pero la visión es como la de una película muda. Trato de leerle los labios pero no lo consigo.

Es alto, pelirrojo y usa lentes. Tiene puesto un chaleco amarillo con rombos verdes. Por la forma de su cuerpo, el tejido se dobla haciéndolo parecer más bajo de los que es. Tiene zapatos marrones, cómodos, impecables. Parecen desprender una luz propia. Los lentes tienen un marco marrón oscuro con vetas negras.

Carga con grandes orejas y sus dientes son pequeños. Sigue tratando de decirme algo. Hace ademanes como cuando uno quiere hablar con un extranjero que desconoce el idioma. Esta transpirando. Ahora que me doy cuenta se lo ve muy nervioso.
El esfuerzo que realiza para tratar de comunicarse es físico más que mental. De ahí que transpire de esa manera. No puedo evitar pensar que el sudor es algo que no va con el aspecto refinado y pulcro del hombre.

Sigue gritando.

El sonido viene, pero es otra la voz que siento. Son risas que suenan. Y un murmullo. Como cuando alguien cuenta un chiste en un entierro.

El hombre también las escucha. Miro como mira, asombrado, hacia arriba dejándose sorprender por los sonidos.
Ha dejado de hablarme. Ahora parece que ha decidido tratar de discutir con las risas. Levanta su cabeza (con desesperación) y puedo ver como se hinchan las venas a los costados de su cuello. Parece que sus nervios son cables de acero.

Esta gritando y sudando. Gritando y saltando. Gritando y gesticulando.

Sin el sonido parece un mono que realiza un bailecito estúpido. Me pregunto qué estará diciendo.

Ha parado de hablar… no ahí empieza a vociferar de nuevo. Pero no lo hace hacia las voces, ni hacia mí. Esta gritando de miedo.

Mira el suelo, debajo de la mesa, como si algo se arrastrara por el piso. Se aleja del borde con tanta violencia que sus lentes caen. Ha cambiado su color como una moneda vieja. Si lo miro de reojo lo veo tiritar. Tiene miedo. Tiene pánico.

Ahora se saca un zapato y lo lanza con furia hacia abajo, hacia el suelo. Esta tratando de acertarle a algo. No lo ha hecho. Se saca el otro zapato y lo vuelve a lanzar. Retrocede en la mesa.
Se acurruca en el borde. Esta llorando. Esta murmurando algo. Se mueve hacia atrás y hacia delante, como los locos de las películas. Ahora cierra los ojos.

Detrás de él se eleva una cabeza, La Cabeza, monstruosa. Se arquea hacia atrás, muestra sus dientes y cae sobre la nuca del hombre que se desploma casi inerte. De vez en cuando da una sacudida o mueve un pie.

La Cabeza enrosca su cuerpo alado y escamoso sobre el cadáver y lo arrastra debajo de la mesa. Deja un charco de sangre de forma extraña, como cuando uno trata de limpiar la mermelada que cae sobre el mantel y no lo consigue.

Desconecto la pantalla y me preparo para bajar.

Es mi turno de comer.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

me encantó, ya te lo dije pero lo repito acá, para que "conste en actas"...

anoche soñé con vos... me quedó una cosa muy extraña en el pecho... no me acurdo que soñé, solo fragmentos, pero después te los digo...


hola!


MUAH!

Anónimo dijo...

Oh... hermosas descripciones. Llenas de lirismo plastico hacen que uno vea patente la escena. He alli su fuerza narrativa. Gross, gross, so very gross.

:palmasllenasdesangredeaplaudir:

J.