lunes, 19 de mayo de 2008

Un foco de 75 watts

Yo soy el que soy, no soy nada.


El tiempo me lo ha demostrado. En mi mundo obnubilado por la observación y la tortícolis, la vida se desarrolla y pasa. Soy como un Dios sin manos para alterar la creación.
Mi vista llega apenas hasta el borde de la mesa, siempre vestida con su mantel azul pálido.
Soy un prisionero más del dolor y de la luz. La interminable luz que despido y que impide que me vean. Es mi camuflaje. Soy el ojo de Rha que nunca parpadea y que no deja de ver aunque este apagado.
¿Qué me importa a mí las historias de guerras mágicas y las celestiales constelaciones si no puedo quitar mi vista de la cuadriculada tela que se posa sobre la mesa?
¿Qué significado pueden tener para mí los titulares del diario que alguien descuidadamente dejó sobre la mesa, si sólo me tengo a mí mismo?
¿Qué me pueden contar sobre la hierba y las flores, cuándo las únicas que he visto son las que pintó Liliana de forma grotesca en ese cuadro?
¿Qué puede representar para mí la inocencia de Jorge, su candidez innata, su mano surcada de venas azules y verdes, si no puedo cerrar mi ojo?
Todo es igual para mí. Todo se vuelve gris de tanto mirar. La oscuridad de la luz me ha cegado.
Quisiera ser una puerta. Sombría, coronada de capiteles o, quizás, de un busto de Palas como el de Poe.
Incólume, megalítica, ciega. Todas las tardes crujiría ante el calor de la habitación y su aire viciado de podredumbre. Me abriría de par en par para dejar salir el fétido aroma del placer final de Jorge.
Pero no. Soy este foco que no puede dejar de mirar. Este foco que no cerrará su ojo hasta el final de su tiempo, que es en definitiva el final del universo. Estoy encerrado en este lugar, colgando como un ahorcado, rodeado de huesos descarnados, alabado por esa osamenta opalescente que yace sobre el suelo.
Más que Dios, se que soy el Demiurgo de la habitación, de este un universo privado. Sólo mirando, sólo adivinando en mis pequeños actores, en mis tristes creaciones, atisbos de remordimiento, de traición, de amor, que se emanan desde cuencas (ahora) vacías.
¿Qué me importa a mí un concepto tan abstracto como la infidelidad, sí sólo me he amado a mi mismo durante todo este tiempo? ¿Qué puedo saber yo de las razones de Liliana y de la Furia de Jorge? Pobres mortales. Creyendo que obedecen a su propio designio no hacen más que enriquecer la trama con la cuál me entretuve. Porque yo soy el que soy, inmóvil, atontado por el dolor, pero aún así, soy el creador de su infierno.
Yo daba luz a Jorge mientras devoraba la carne de Liliana con mórbido placer. Yo.
Ellos fueron títeres, de mi sueño. Un sueño de monotonía y opresión.
Yo soy el centro del universo, el rey de la creación. Y decidí ser un Demonio. Fue el único placer que me pude permitir.
Mi éxtasis es y será opaco y cae en forma de luz sobre los huesos por toda la eternidad. Que así sea.

Para mis amigos Emos que pululan por la vida de los demás. Por favor, consigan una propia.

Beso y Chirlo

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